Los conversores de audio (AD/DA) son una pieza clave en cualquier cadena de grabación: convierten señales analógicas en datos digitales y viceversa. Aquí verás en qué se diferencian conversores, Audio Interface y previos, y qué especificaciones importan de verdad en la práctica.
Los tres tipos de equipo son bloques de la cadena de señal en grabación y, en la mayoría de casos, van integrados en un solo dispositivo: el Audio Interface. En Audio Interfaces de fabricantes premium como RME, Apogee, Lynx, Antelope o Universal Audio, la conversión AD/DA y los previos cumplen exigencias profesionales. Y incluso en interfaces más asequibles, la calidad actual suele ser mejor que la de muchos equipos de hace 15 años.
En configuraciones complejas o muy exigentes (“audiófilas”), puede tener sentido separar equipos. En ese caso, el Audio Interface conecta al ordenador, el conversor mueve audio entre el mundo analógico y el digital, y el previo amplifica señales pequeñas (por ejemplo, micrófonos). El motivo más habitual para elegir conversores AD/DA dedicados es el número de canales: 32+ E/S de serie sigue siendo poco común, y más de 8 entradas no es lo normal en muchos “todo en uno”, lo que puede quedarse corto para grabar una batería. Aunque se puede ampliar mediante conexiones digitales como ADAT, llegar mucho más allá de 16 canales no siempre es sencillo.
Por eso, cuando necesitas muchos canales, lo habitual es sumar equipos a tu Audio Interface. Otra ventaja de usar conversores separados es poder colocarlos en la sala de grabación y mantener el tramo analógico (más sensible a ruidos y fallos) lo más corto posible.
Para digitalizar una señal analógica necesitas un conversor. En la mayoría de casos va integrado en un Audio Interface y pasa desapercibido, aunque la conversión es un paso decisivo en la cadena. Hoy, los conversores AD/DA de interfaces de gama de entrada de marcas conocidas suelen ser muy buenos. En producciones high-end, sin embargo, conversores antiguos o muy económicos pueden seguir siendo un cuello de botella.
También existen conversores sencillos y económicos para pasar de analógico a digital o al revés; por ejemplo, si quieres convertir una señal RCA (cinch) a S/PDIF óptico o coaxial sin grandes pretensiones, como de una consola o receptor a la TV o a un sistema de sonido. Suelen ser muy compactos y cumplen una sola función, pero pueden ofrecer mejor calidad que la conversión integrada en muchos dispositivos de consumo.
Antes de que una señal analógica pueda traducirse a una secuencia digital de unos y ceros, debe cumplir ciertos requisitos. Primero, hay que ajustar el nivel adecuado para el chip convertidor mediante etapas de ganancia. Después, se filtra todo lo que quede fuera del rango de frecuencias que el convertidor puede procesar para evitar artefactos que no existían en la fuente (anti-aliasing). Estas etapas analógicas influyen mucho en el sonido y, en marcas serias, se diseñan con especial cuidado.
El convertidor en sí puede imaginarse como un chip. Solo unas pocas empresas los fabrican a escala mundial (por ejemplo Burr Brown, ESS, AKM, Cirrus Logic) y es habitual ver chips de la misma familia en productos de precios muy distintos. Las diferencias reales suelen venir de lo que rodea al chip: es un componente sensible que necesita condiciones muy precisas. Una alimentación limpia, una buena distribución de señal interna y, sobre todo, una clock estable son esenciales para una conversión precisa. También la preparación analógica debe ser excelente para lograr una representación digital fiel. Es como hacer fotos: la mejor cámara sirve de poco si la luz parpadea.
En la conversión, la frecuencia de muestreo en kHz determina cuántas veces por segundo se mide la señal. Cada medición es una “foto” (sample) tomada a intervalos regulares. Al volver a analógico, el proceso se reconstruye en sentido inverso: se crea una curva que se suaviza mediante filtrado. Regla útil: la mitad de la frecuencia de muestreo es la frecuencia máxima representable (Nyquist). Con 48 kHz llegas a 24 kHz, ya por encima del rango audible. Aunque existan equipos con cifras extremas, la mayoría de producciones trabajan a 44,1 o 48 kHz por equilibrio entre calidad y tamaño de archivo. 88,2 o 96 kHz se usan en casos concretos y con equipo adecuado; un número mayor no garantiza una grabación mejor.
Cada sample capturado representa la señal con una resolución dinámica. Cuanta más profundidad de bits, más pasos de volumen se pueden almacenar. Con poca profundidad y niveles muy bajos, puede aparecer ruido digital. En la era de 16-bit era clave grabar “alto” para evitarlo. Con 24-bit como estándar actual, este problema prácticamente desaparece y se trabaja con margen (headroom) cómodo. En DAWs modernas suele ajustarse alrededor de -18 dBFS. Algunos convertidores admiten 32-bit y muchas DAWs trabajan internamente a 32-bit float o incluso 64-bit float, así que el “miedo al bit” ya no es lo que era.
Como alternativa al formato PCM habitual (por ejemplo 48 kHz/24-bit), en el ámbito high-end existe DSD (Direct Stream Digital). DSD usa frecuencias muy altas en MHz (64x a 512x 44,1 kHz), pero con solo 1-bit de resolución. La información se codifica como una forma de onda digital con ancho de pulso variable. En la práctica requiere noise shaping y un filtro paso bajo para reducir ruido de cuantización y contenido ultrasónico. DSD aparece, por ejemplo, en SACD y en algunas producciones audiófilas.
Los conversores high-end están pensados para estudios profesionales que buscan cero compromisos. Pero no solo importa el chip: la ingeniería alrededor (alimentación, señal, etapa analógica y clocking) marca la diferencia, y por eso el precio puede estar justificado frente a Audio Interfaces más económicas. En muchos estudios, lo decisivo no son cifras de catálogo, sino necesidades prácticas: fiabilidad (redundancia de alimentación y audio), formatos específicos (MADI, Dante), routing avanzado, clocking preciso (Word Clock) y, a veces, un carácter sonoro concreto. Dicho esto, los interfaces actuales de gama asequible suelen ser suficientes para trabajar de forma profesional en la mayoría de situaciones, y el convertidor rara vez es el mayor cuello de botella en equipos modernos.
AD convierte señales analógicas (micro/línea) a digital para la DAW. DA convierte audio digital a analógico para monitores, altavoces u outboard.
En la mayoría de setups, un buen Audio Interface es suficiente. Los conversores dedicados suelen interesar por más canales, formatos concretos (p. ej., MADI) o flujos high-end.
44,1 o 48 kHz es lo más habitual y suele ser lo óptimo. 96 kHz puede aportar ventajas en casos específicos, pero aumenta CPU y almacenamiento.
24-bit da más margen (headroom) y facilita el ajuste de niveles sin penalización por ruido de cuantización en grabación.
No necesariamente. La cadena completa manda (micros, sala, previos, monitores). En muchos proyectos, 44,1/48 kHz es el punto ideal.
Word Clock sincroniza varios dispositivos digitales. Si conectas varios equipos por digital, una buena sincronización evita clics, pops y desajustes.
S/PDIF va bien para I/O digital estéreo. ADAT es común para sumar 8 canales. AES/EBU es robusto y pro. MADI es ideal para muchos canales.
Puede ayudar, pero muchas veces el mayor salto está en micrófonos, acústica y monitoreo. Mejorar el eslabón más débil suele rendir más.
En I/O suficiente, drivers estables/baja latencia, opciones de monitoreo, previos decentes y expansión (p. ej., ADAT) según tu workflow.
Muchas veces sí: varios Audio Interfaces permiten ampliar por ADAT, S/PDIF u otras conexiones digitales, útil si luego necesitas más entradas.